Luna Luna y sus secuaces

De escalones, torpezas y tropiezos. Érase una vez mi conciencia, perdida en un mar de inquietud emocional

El sol aún no despuntaba, y al despertarse con el canto del gallo de la granja vecina, pudo comtemplar en todo su esplendor la helada sobre la hierba. Le esperaba un largo día, caminando, y rumbo al sur, siempre al sur.
Cogió su mochila, y salió por la puerta mientras su mente se iba ya adaptando al monótono ritmo que seguiría mientras le acompañara la claridad del día.
En el calendario se dejaba ya ver septiembre, y con sus tonos marrones, el bosque le abrumaba, su belleza, su vida.
Y entonces, fijándose en el suelo, pudo apreciar como las hojas se iban pudriendo hasta convertirse pato para los gusanos. Y pensó si a los árboles les dolería perder sus hojas, o porqué tenían que perderlas si eran realmente bellas en sus ramas.
Y comprendió que los árboles alimentan el suelo con sus hojas, y este a su vez alimenta a otros muchos seres que en él viven. Y a pesar de eso lloró.
Siguió su camino pensativo, y se cruzo con un ciervo. ¿Por qué habría de morir animal tan bello?
Y comprendió que como en macabro círculo, algunos ciervos debían morir para alimentar a aquellos más fuertes. Y en su inmensa grandeza, la naturaleza se encargaba de que no todos los ciervos murieran, ni de que todos los lobos se quedaran hambrientos. Y a pesar de eso volvió a llorar.
El sol ya hacía mucho que había pasado su apogeo, y de regreso al hogar, pensó porque habría de morir la gente, la más compleja creación de la naturaleza. Y esta vez no lo comprendió, y no sólo eso, sintió miedo.
Asustado entró en su casa llorando de nuevo, y su abuela, al verlo alterado, le preguntó qué le ocurría.
Luego, con la respiración todavía agitado le explicó el problema que ese día le había asaltado. La mujer, se quedó mirando al pequeño asustado, y esbozo una leve sonrisa, desde la perspectiva de quién ya no teme a nada, y le dijo:
"Ahora no lo comprendes pequeño, pero algún día lo harás. Cuando eres joven se piensa apresuradamente y no se ve con claridad. Pero si deshaces la madeja de pensamientos que te perturban, verás que lo que anes era una gran bola, se convierte en un largo y esbelto hilo. No estés triste por e árbol que pierde sus hojas. Debes estar contento porqe el año que viene vendrán nuevos brotes que harán al árbol más espléndido aún. No llores por el ciervo que alimenta al lobo, porque sus cervatillos tendrán ya sus cuernos en primavera.
Yo no estoy triste por ser vieja y fea, porque ya he vivido, y porque cuando yo no esté, tu sí estarás, igual que les pasará a tus nietos, e incluso yo estaré en ellos a través de ti. Así que tendrás miedo de la muerte hasta que hayas vivido, y entonces comprenderás y ya nunca más llorarás".
Y se sintió aliviado con la suave voz de la mujer. Y ya en cama, entre los balidos de la ovejas de la granja vecina, se durmió una vez más.

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