Luna Luna y sus secuaces

De escalones, torpezas y tropiezos. Érase una vez mi conciencia, perdida en un mar de inquietud emocional


Emma tiene muchos amigos.
Algunos son buenos.
Algunos malos.
Juega con ellos cuando se siente sola.
Y cuando juega con ellos se siente sola.
Emma tiene muchos amigos.
Todos de cristal.

Qué decir cuando no hay palabras que valgan la pena. Cuando sólo los sentimientos hablan en voz alta con las cuerdas vocales agarrotadas por el dolor.
Al principio no podía ni escribir. Casi no podía pensar, y si me apuras, ni respirar. Difícilmente manteniéndome a flote en un mar desierto.
Será que me cuesta asimilar. Será que mi mundo va más despacio que el del resto. Y hasta la más estúpida de las cosas me recuerda que otro tiempo fue distinto, y no me deja ver más allá.
Será que dentro de mí siento que estoy sólo a pesar de no estarlo. Será que me importaba demasiado.
Y no entiendo tantas cosas.
No entiendo que no pueda ver si ya no importa, y si importa, ¿porqué no quiere ver?
Ni cómo no escuchar sin recordar.
Me parece haber cambiado tan rápido que cuando he querido darme cuenta estaba dos pasos por detrás.
¿Y qué pasa si me fío de mis sentimientos y la razón se queda en segundo plano mirando desconfiada?
Nada.

Esa extraña sensación que me invade.
La odio.
Y a la vez no puedo vivir sin ella pues me acompaña vaya dónde vaya, y haga lo que haga. Es parte de mi ser, y aunque no me ayude cuando lo necesito, no me queda más que aprender a vivir con ella.
Sin embargo, a veces debatiéndome entre la soledad y la tristeza me abandona la razón a mi suerte, y los segundos pierden el sentido según pasan de largo. Y caigo en el abismo que he cavado, entrando en una espiral infinita con un pasadizo secreto al exterior que yo solo conozco...o desconozco, ¿quién sabe?
Y si como por casualidad, los astros se alían de nuevo para no ponerme la zancadilla, los recibo como si no fuese conmigo, y sólo con el tiempo, como si de una casa nueva se tratase, consigo reconocerlos como propios, y los disfruto.
Y mientras, seguiré caminando en el filo, a sabiendas que quizás me haga daño, pero me da igual, pues así soy yo y viviré con ello.

Hablo de un libro que nunca volverá a ser leído, o quizás sí, pero en un tiempo lejano plagado de olvido y experiencia.
Hablo de cosas que nunca más hablaré ni escribiré...ni sentiré.
Hablo de historias que nunca ocurrieron y de caminos enrevesados hasta la extenuación.
De un cambio que pensé no podría realizar, y una historia que comienza a despuntar.
No hay inspiración sin dolor ni conflicto.
Un tatuaje rediseñado, un pitillo a medio consumir, y un corazón agujereado perdiendo peso a cada paso.
Y aún me quedan mil senderos, y he de recorrerlos solo, con mi mochila vacía.

Porque la brevedad también puede ser una virtud.
Ya está.

Esta almohada es de lo peor. Con el cuello dolorido ya no puedo girar la cabeza y mirar atrás. Ya no puedo ver la tierra que dejo entre la tristeza y alegría. Sólo mirar hacia delante sin contemplaciones, hacia una vida que en otros momentos fue mejor, y que llegará de nuevo a dónde estaba pero en distinto lugar.

A esperar que regrese la vieja ambición que ya echo de menos, los viejos recuerdos que se fueron para esperar su regreso de nuevo a dónde deben habitar. Las viejas glorias que parecían olvidadas entre la niebla pero que siempre estuvieron ahí, cegadas mirando al sol, hasta que una nube de goma les permita ver...

Y así cuando recupere a mi vieja amiga, mi cuello se recuperará milagrosamente, y ya podré observar de nuevo de dónde he venido y a dónde voy.
Y mientras, las palabras repetidas, las ecuaciones incompletas y los dibujos imposibles me acompañarán solemnes para que mi ceguera no me desvíe del sendero oculto en mitad del bosque...

Las horas pasaban indiferentes ante el rumor de la respiración, y con cada latido, un nuevo mundo, un nuevo despertar, con tus reglas y tus miedos. Y al doblar cada esquina comezar otra vez, a caballo entre el limbo y el paraíso.
Y pasar desapercibido en tu propia existencia, sin saber hacia dónde dirigirse, perdiendo las palabras antes de que sean transcritas, como si de un camino pedregoso se tratara y a cada paso una torcedura.
Cuando no encuentras más que el camino al minotauro y las nubes como baile de salón, se alían contra ti y la bóveda celeste juega al escondite con tu razón.
Y si aún entonces sigues mirando hacia arriba, esperando que el sol aparezca, lo hará. Puede que un segundo, o una hora, pero lo hará.
Y durante ese tiempo estarás más vivo que nunca. Conectado.
Y después te despertaras en un mundo que no es el tuyo...


No tardó en llegar. Las calles parecían más estrechas y angostas a la luz de la luna, y podías perderte sino conocías el camino. Pero él sabía perfectamente hacia dónde dirigirse. Sacó el pueblo del bolso derecho y el papel del izquierdo y se lió un cigarro de esos que rascan desde la primera calada, como a él le gustaban.
Cuando llegó, se sentó en su banco y miro al cielo mientras soltaba una bocanada de humo que lo rodeo al instante. En la mochila licorca, un trago; dos. El resplandor de la luna cubría el tenue brillo de las estrellas, pero eso a él no le importaba. Para él sólo brillaba una.

Al fondo el mar en calma, y un segundo astro, que perdido al son del viento se reía de su pareja celeste.
Y en su cabeza la tempestad.

Por allí no pasaba nade, por eso le gustaba aquel lugar escondido en su alma. Y en medio de la calma, un gato, que buscando un último bocado que llevarse a la boca, se le acerco maullando. Por un momento compartió la soledad con el animal, la suya adquirida a golpe de martillo, la del gato, innata, pero común. Volvió a probar ese sabor dulzón.

Recordó palabra por palabra lo sucedido, y otra vez no halló la luz que ilumina el camino, y otra vez lo pensó, y otra vez falló. Y las respuestas ya no las encontró nunca, perdidas también en el viento, muy lejanas ya, tanto como profundo el océano de donde salían sus pensamientos.

Sabía que un día todo cambiaría. El día menos pensado te levantas, miras al horizonte, y sabes que hay algo más después, porque el mar es un poco más azul, y tus niñas más verdes en el jardín.

Se lió otro cigarro mientras la luz empezaba a clarear el oscuro cielo que lo rodeaba. Y salió el sol, como cada día. Un último trago. Suspiró, y se fue.

Lamento comunicarle que padece usted una extraña enfermedad. De los pocos casos que conocemos, puedo decirle que a partir de ahora no podra ver nunca más la televisión.

La mujer, abatida, caminó hasta su casa, y al entrar vió la inanimada caja que ahora yacía como en lecho de muerte en su salón.

Desesperada cogió el mando, pulso el botón y allí se quedó absorta como si nada de lo que había pasado fuese cierto.

Y poco a poco se le formó una costra en los ojos y se quedó ciega.

Ojalá todos estuvieramos enfermos.

El sol aún no despuntaba, y al despertarse con el canto del gallo de la granja vecina, pudo comtemplar en todo su esplendor la helada sobre la hierba. Le esperaba un largo día, caminando, y rumbo al sur, siempre al sur.
Cogió su mochila, y salió por la puerta mientras su mente se iba ya adaptando al monótono ritmo que seguiría mientras le acompañara la claridad del día.
En el calendario se dejaba ya ver septiembre, y con sus tonos marrones, el bosque le abrumaba, su belleza, su vida.
Y entonces, fijándose en el suelo, pudo apreciar como las hojas se iban pudriendo hasta convertirse pato para los gusanos. Y pensó si a los árboles les dolería perder sus hojas, o porqué tenían que perderlas si eran realmente bellas en sus ramas.
Y comprendió que los árboles alimentan el suelo con sus hojas, y este a su vez alimenta a otros muchos seres que en él viven. Y a pesar de eso lloró.
Siguió su camino pensativo, y se cruzo con un ciervo. ¿Por qué habría de morir animal tan bello?
Y comprendió que como en macabro círculo, algunos ciervos debían morir para alimentar a aquellos más fuertes. Y en su inmensa grandeza, la naturaleza se encargaba de que no todos los ciervos murieran, ni de que todos los lobos se quedaran hambrientos. Y a pesar de eso volvió a llorar.
El sol ya hacía mucho que había pasado su apogeo, y de regreso al hogar, pensó porque habría de morir la gente, la más compleja creación de la naturaleza. Y esta vez no lo comprendió, y no sólo eso, sintió miedo.
Asustado entró en su casa llorando de nuevo, y su abuela, al verlo alterado, le preguntó qué le ocurría.
Luego, con la respiración todavía agitado le explicó el problema que ese día le había asaltado. La mujer, se quedó mirando al pequeño asustado, y esbozo una leve sonrisa, desde la perspectiva de quién ya no teme a nada, y le dijo:
"Ahora no lo comprendes pequeño, pero algún día lo harás. Cuando eres joven se piensa apresuradamente y no se ve con claridad. Pero si deshaces la madeja de pensamientos que te perturban, verás que lo que anes era una gran bola, se convierte en un largo y esbelto hilo. No estés triste por e árbol que pierde sus hojas. Debes estar contento porqe el año que viene vendrán nuevos brotes que harán al árbol más espléndido aún. No llores por el ciervo que alimenta al lobo, porque sus cervatillos tendrán ya sus cuernos en primavera.
Yo no estoy triste por ser vieja y fea, porque ya he vivido, y porque cuando yo no esté, tu sí estarás, igual que les pasará a tus nietos, e incluso yo estaré en ellos a través de ti. Así que tendrás miedo de la muerte hasta que hayas vivido, y entonces comprenderás y ya nunca más llorarás".
Y se sintió aliviado con la suave voz de la mujer. Y ya en cama, entre los balidos de la ovejas de la granja vecina, se durmió una vez más.

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